DEMOCRACIA TURBULENTA

Esa es la calificación que Humberto de la Calle le da a los actuales tiempos de Colombia, todo porque ni siquiera en los años de Gaitán el pueblo se movió con tanta fuerza y alevosía. La derecha en Colombia, desde el nacimiento de la República, ha mantenido en silencio su capacidad para corromper a los poderosos dueños de tierras y capital. Reparte el presupuesto público y las grandes haciendas con los terratenientes afiliados a los partidos más poderosos: antes eran el liberal y el conservador; hoy son el liberal, el conservador, la U y Centro democrático. Los demás pequeños partidos son apéndices dominados por el dinero que se reparte en puestos y en contratos. Pero les apareció un nuevo líder: Gustavo Petro Orrego, con el Pacto Histórico, y les puso a temblar los escenarios donde ellos se movían como pez en el agua. Este presidente, les ha desmontado la vieja burocracia, las relaciones con los gremios y los poderosos, les ha llenado el poder burocrático con personas nacidas en cunas humildes y no con “chicos” sacados de la mansedumbre de los clubes y de las familias más ricas de Colombia. Ni Pastrana, ni Duque, ni Santos, ni Uribe habrían sido presidentes sino hubiera sido por la alcurnia y linaje de sus padres, que se campeaban entre abolengos heredados y dineros aumentados a base de las exquisiteces del poder. Otros porque se hicieron ricos con las amistades que tuvieron con los españoles que se apoderaron desde la conquista de las tierras que les quitaron a los pobres indios y a los pueblos originarios que habitaban en paz estos territorios.

Algunas de esas revoluciones se detallan en varios textos históricos y las relacionan así: “decisivas en la historia mundial serían la revolución de las Trece Colonias, la revolución francesa, las revoluciones independentistas de Latinoamérica y la revolución de octubre.” Otras han sido calificadas como revoluciones políticas, patrióticas o democráticas y, las últimas, como proletarias, anticoloniales o tercermundistas”. Todas ellas tienen el sello de los levantamientos populares que se impusieron a partir de la resistencia a poderes establecidos por la fuerza de las armas desde el comienzo de los tiempos de las democracias y que persisten en las democracias modernas.

En el mundo contemporáneo, el poder interno y autónomo de ordenación de los Estados generalmente se funda en el principio de soberanía popular (C.P. art. 3°), que le permite al pueblo en ejercicio del poder constituyente originario dictar una Constitución, mediante la cual, organiza un modelo de Estado alrededor de la adopción de una forma de organización, de un sistema de gobierno y de un régimen político. El nuestro es un Estado social de derecho, no como algunos ignorantes afirman que es un Estado socialista, para denigrar del progresismo que se impone como signo de igualdad entre las personas. El pueblo en virtud de su poder soberano es quien debe escoger el régimen político de su predilección, con el propósito de organizar el funcionamiento del Estado y adoptar un sistema normativo que vincule obligatoriamente a los servidores públicos y a los particulares. De suerte que, conforme al principio de soberanía popular, pilar fundamental de la democracia, incumbe solamente al pueblo adoptar la Constitución o sustituirla, a partir del ejercicio de su poder constituyente, como manifestación jurídica del contrato, convenio o pacto social que le otorga legitimidad a un determinado Estado. Todo lo demás constituye especulación política. Si, es posible que tengamos en Colombia una democracia turbulenta, pero si no es así el cambio que necesitamos nos lo arrebata la derecha que busca proteger el statu quo.

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