Cuando en 1976 publicaron la canción “Así nacemos” escrita por Manuel Alejandro e interpretada por Julio Iglesias, fue todo un éxito. Su primera estrofa contaba la patética visión que incluso hoy tenemos en muchas partes del mundo y que dice: “Con los ojos cerrados, con los ojos cerrados, como presintiendo que horrible es el mundo que vamos a ver…”. Pero seguía la segunda parte que expresa: “Con el llanto en los labios, con el llanto en los labios, como lamentando llegar a una tierra que buena no es…” Y es que el drama de la pobreza, del hambre y de la guerra, siempre aparecían ante los ojos de los habitantes del planeta, que nunca pudieron escoger la familia, ni la cantidad de bienes materiales que requerían para sobrevivir. Esa zozobra nos ha acompañado desde el nacimiento hasta la muerte.
Por eso las política públicas construidas por Estados y Gobiernos responsables son tan importantes dando a todos las mismas oportunidades para avanzar en temas de salud, educación y empleo, bases fundamentales del derecho a la igualdad y garantía del derecho al libre desarrollo de la personalidad y a la solidaridad. Uno de los derechos más característicos de un Estado Social de Derecho es el mínimo vital. Según la Corte Constitucional, este derecho se deriva de los principios del Estado Social de derecho, dignidad humana y solidaridad, en concordancia con los derechos fundamentales a la vida, a la integridad personal y a la igualdad. Este derecho también adquiere relevancia en situaciones humanas límites, relativas a la extrema pobreza y la indigencia, cuando frente a las necesidades más elementales y humanas, el Estado y la sociedad no responden de manera congruente.
Con el término social se señala que la acción del Estado debe dirigirse a garantizarle a los asociados condiciones de vida dignas. Es decir, con este concepto se resalta que la voluntad del Constituyente en torno al Estado no se reduce a exigir de éste que no interfiera o recorte las libertades de las personas, sino que también exige que el mismo se ponga en movimiento para contrarrestar las desigualdades sociales existentes y para ofrecerle a todos las oportunidades necesarias para desarrollar sus aptitudes y para superar los apremios materiales.
Por estas consideraciones no se entiende cómo hoy tenemos miles de profesionales en Colombia que votan en contra de una persona y no por un programa que acabe con las desigualdades y la injusticia diaria. Criticamos la corrupción pero no atacamos sus bases políticas e ideológicas. El 8.5% del total en edad de trabajar son profesionales, el 34% tiene educación media y el 3.7% un postgrado. Abogados, ingenieros, economistas, administradores contadores, arquitectos, médicos, sicólogos, ambientalistas, y otra veintena más que se dejan llevar por el odio y la venganza, por no escoger a una persona talentosa por ser “exguerrillero”, no obstante que fue amnistiado y perdonado por la leyes de la República.
Es poco sensato, dejar pasar una oportunidad como la que tenemos para cambiar el modelo de Estado y la forma de gobierno, por quedarnos defendiendo unas instituciones que no han podido siquiera cumplir en parte las ambiciones proclamadas en un Estado social de derecho como es Colombia. Ojalá haya más reflexión para la segunda vuelta presidencial y tengamos conciencia de que el Pacto Histórico incluye a todos, mientras el programa de Rodolfo Hernández excluye a la mayoría de los colombianos de los beneficios sociales del sistema. Ataca al sector público, pide eliminar embajadas y consulados, pero no propone, por ejemplo, cómo haremos para promocionar el turismo y la economía o cómo vamos a combatir el cambio climático o mejorar los ingresos con base en nuevas formas de oportunidades laborales, industriales y comerciales para los colombianos.
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