VENENO SOCIAL

La sociedad moderna está infestada de la peor epidemia que recorre el mundo: el odio social. Se trata de un veneno a veces evidente y otras de actuación lenta pero que mata a los grupos y empresas que se dejan llevar por esa plaga. El origen de la antipatía hacia las clases sociales inferiores se acentúa con la industrialización cuando grupos de ciudadanos inversores empezaron a amasar grandes fortunas y con ellas iniciaron una etapa de dominación de unos grupos sobre otros. No hubo en el siglo XVIII ninguna idea que limitara el uso de las riquezas para extinguir o dominar a los negros africanos, a los hindúes o a otras razas por su color de piel o por su forma de pensar. Pero después de la mitad de esa centuria llegaron con ímpetu las ideas socialistas para oponerlas al capitalismo, y la guerra no se hizo esperar.

Al desarrollarse las ideas de lo que se llamó el socialismo científico ideado por Marx y Engels se inició el enfrentamiento entre empresarios y trabajadores sobre un punto que todavía hoy se discute: ¿qué es más importante, el capital o el trabajo? La respuesta sigue siendo esquiva, pero la reciente pandemia del Covid19 nos enseñó que sin trabajadores las empresas cierran, que luego viene el desempleo y después el hambre. De allí en adelante cualquier cosa puede pasar. Si en vez de negociar los trabajadores y los empresarios luchan hasta la violencia la economía colapsa y, como consecuencia, los Estados. Sin recursos no hay progreso y los imperios desaparecen. El odio de clases, por tanto, es la peor decisión que pueden tomar quienes hacen parte del sector productivo. El odio, por consiguiente, no es buen consejero y por el contrario es causa de todas las desgracias que pueden sobrevenir.

De allí que dentro de la filosofía social y política se esté rescatando el nombre de William Morris, (1834-1896) quien, abrazando la causa del socialismo, estructuró su ideal político que, según creía, haría posible las condiciones para el desarrollo integral de las personas, entonces reducidas a meras máquinas, alienadas y embrutecidas en el sistema fabril que ni siquiera perseguía «la producción de bienes sino la de beneficios para los privilegiados que viven de los demás». (Ver Wikipedia)

Hoy, cuando se habla tanto en Colombia contra el asistencialismo, las ayudas sociales, los subsidios, tenemos que revisar bien quién se sirve de quién, si los trabajadores que producen plusvalía o los empresarios que viven del trabajo de los demás. Esas disyuntivas filosóficas y dogmáticas son las que llevan a la animadversión y al desprecio de unas clases sociales contra otras, cuando deberíamos ponernos de acuerdo sobre cuál es el nivel de desarrollo que queremos y cómo llegar a ese ideal. Asì Colombia podría vivir en paz y enterraríamos el odio que es el veneno social más riesgoso para garantizar la estabilidad institucional sobre la que tanto se pregona en sectores empresariales y políticos.

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