Víctor Hugo describe en Los Miserables un período donde están creciendo los ideales libertarios, republicanos y democráticos, alimentados por las profundas desigualdades sociales y las injusticias perpetradas por el Estado. En ese tiempo, siglo XVIII, como en los tiempos de hoy, el orden social perpetúa la pobreza y obliga a las personas más desfavorecidas a corromperse. Al mismo tiempo, el sistema de justicia se ensaña contra quien viola la ley, pero sin advertir cuán responsable es el gobierno y la sociedad de los más ricos por las iniquidades que se cometen. Las leyes hechas por los poderosos más que buscar el bien común, buscan el castigo.
Pero la historia suele repetir hechos y graves acontecimientos, como ocurrió con todas las revoluciones que tumbaron Monarquías y Gobiernos que se creían sólidos, monumentales y memorables. Los cambios profundos los ha encabezado el pueblo, que ha puesto sacrificio y vidas para buscar mejoramiento en sus condiciones económicas, manipuladas y reprimidas por los de arriba. Lo que hizo Clístenes en la antigua Grecia al meterle pueblo a la democracia representó un avance extraordinario en las costumbres, tanto que de allí en adelante los pueblos han defendido a los buenos gobiernos y han acabado con aquellos que representan dominación, abuso, castigo, violencia, prohibiciones y represalias. La diferencia entre ricos y pobres es que aquellos se creen representantes de la antigua nobleza y que el pueblo desciende de una clase inferior que debe estar sometida a los intereses de los estratos altos de la sociedad.
Lo que acaba de pasar con la declaratoria de emergencia económica, social y ambiental en la Guajira, que se cayó por un formalismo, muestra de manera evidente que los ricos, representados por la oposición al Gobierno Petro se alegran con las desgracias del pueblo. Mientras los guajiros esperaban que empezara su amanecer en la gestión de un gobierno progresista, una Corte conservadora trunca esas esperanzas, solamente porque se usò una figura jurídica para darle a una región olvidada lo que ha pedido desde hace centurias y nadie le había dado. La alegría de la oposición representa la miseria del espíritu social de los ricos colombianos, apoyados en los partidos tradicionales sentados en esa alta corte.
En cambio, esa misma oposición sale a las calles a apoyar a los militares responsables de las muertes en el Palacio de Justicia, de los falsos positivos y de las lesiones personales permanentes causadas a jóvenes hombres y mujeres en las protestas sociales. Una gran diferencia va de Caín a Abel, no solamente en la expresión de sus sentimientos, sino también en la manifestación de sus acciones contra los demás, especialmente contra los sectores desfavorecidos de la población. ¡Ojalá reflexionen y cambien esa conducta excluyente!
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