ODIO y PAZ

La derecha tiene mucho problema para respetar la cosa juzgada. Según la jurisprudencia de la Corte Constitucional la definición de ese instrumento jurídico es que  “La cosa juzgada es una institución jurídico procesal mediante la cual se otorga a las decisiones plasmadas en una sentencia y en algunas otras providencias, el carácter de inmutables, vinculantes y definitivas. Los citados efectos se conciben por disposición expresa del ordenamiento jurídico para lograr la terminación definitiva de controversias y alcanzar un estado de seguridad jurídica”. Por tanto, sus efectos jurídicos son : “En primer lugar, los efectos de la cosa juzgada se imponen por mandamiento constitucional o legal derivado de la voluntad del Estado, impidiendo al juez su libre determinación, y en segundo lugar, el objeto de la cosa juzgada consiste en dotar de un valor definitivo e inmutable a las providencias que determine el ordenamiento jurídico. Es decir, se prohíbe a los funcionarios judiciales, a las partes y eventualmente a la comunidad, volver a entablar el mismo litigio”. (Ver C-100/19)

Si la cosas son así, ¿por qué la derecha a ultranza sigue en contravía de la Constitución, la ley y la jurisprudencia criticando las decisiones tomadas en relación con la extintas Farc, sobre las sanciones que toma la JEP, si ellas se constituyen en cosa juzgada y por tanto en inmodificables? El odio no es amigo de la política, porque quienes la hacen deben buscar unidad y reconciliación. Odiar con tanto encono es propio de “toros de lidia”, cuyo final es solamente su extinción definitiva. La derecha quería la paz con la muerte de todos los guerrilleros o con la cárcel pero condenados a cadena perpetua.

Por eso estamos notificados que la derecha no nos dejará vivir en paz, ni consolidar ese derecho para nosotros y nuestros hijos, porque no quieren perder el negocio de la compraventa de armas, ni el control sobre la fuerza pública, un bastión de 550.000 hombres armados para amedrentar al resto de la población que no se someta. Ellos crean feligreses con la creencia de la inutilidad del Estado, propalando y vociferando toda serie de calamidades: desorden, corrupción, robo, injusticia. Solamente defienden la existencia de un gran líder, sabio, su íntimo amigo y todopoderoso señor.

“Cuando la política y el discurso de odio se fusionan, los resultados son dramáticos. La historia del siglo XX es testimonio claro de esto. La política en el siglo XXI no debe contaminarse de odio; no se puede repetir la historia como si se tratara de ciclos de terror y olvido. Sin embargo, en todo el mundo observamos a sectores minoritarios montarse sobre este tipo de violencias para construir poder”. (Cafiero 2020)

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