EDUCACIÓN SEXUAL

El fondo de este escrito busca demostrar que la falta de competencias nos hace ignorantes para enfrentar la vida en muchas materias. Las mujeres se quejan de la poca capacitación del hombre para las artes amatorias y poner en manos de los legisladores tal competencia, es decir, indicar qué se debe enseñar en materia sexual y qué no, sería una verdadera tragedia, porque después lo que diga la ley tendrá que cambiarse por otra y sabemos que en Colombia no es fácil legislar y menos en estos tiempos de alta polarización como vivimos.

La educación en todos los ámbitos que la vida señala es necesaria, pero buscando fundamentalmente que se oriente hacia aquellas actividades en que la vida en comunidad se desarrolla en el presente o en la perspectiva de los tiempos futuros. Eso sí, sin discriminaciones de ninguna naturaleza. Pero lo complicado de determinar un programa académico es que cada integrante del grupo creativo buscará que se incluyan u omitan ciertos temas, de acuerdo con las orientaciones internas de cada uno. Se necesita un nivel cultural y una capacidad de decisión bastante alejada de todo prejuicio o convencionalismo para llegar a la solución correcta. El propio Rousseau decía que “todo degenera en las manos del hombre”, al describir su posición general en el Emilio.

La educación o ¿será mejor decir orientación? en materias sexuales a los niños, niñas y adolescentes es necesaria si la escuela o el colegio convienen los temas que deben ser tratados en las aulas de clase. Tanto familia como educadores forman la personalidad de quienes en el futuro dirigirán las sociedades. No podemos pretender la perfección, pero sí evitar los problemas que hoy se presentan con el desarrollo intelectual  de los seres humanos y que han facilitado las tecnologías de la información. El niño conecta más fácil con el celular o el iPad inteligentes que con sus padres. Debemos reconocer que la tecnología del mundo moderno es avasallante y que solamente unos pocos logran dominarla.

Las aulas de hoy manejan miles de problemas, y los profesores no tienen la preparación para enfrentar todos los desafíos que generan los educandos. Unas reglas de juego mínimas propiciadas por los colegios y acatadas por padres y alumnos, serían más eficaces que una cantidad ilimitada de normas legales escritas y aprobadas por personas ajenas al sistema educativo, que ni siquiera han sido profesores o estudiantes. Para eso están los manuales de convivencia que consignan comportamientos obligatorios para toda la comunidad educativa. La crisis de la sociedad no se arregla con normas, sino mediante el consenso de todos. Y en materias educativas con persuasión e inteligencia de cada parte.

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