INVASIONES EN COLOMBIA

Hay que decirlo sin tapujos. Los terratenientes no han dejado hacer una reforma agraria en Colombia, a pesar de los esfuerzos de muchos gobiernos por conseguirla. Una conferencia del Dr. Carlos Lleras Restrepo de 1989 (http://www.scielo.org.co) detalla la historia de los conflictos agrarios en Colombia y de la ruindad de unos pocos de apropiarse de tierras del Estado, lo que siempre entró en conflicto con los anhelos de los sectores campesinos de contar con algunas hectáreas para cultivar la tierra.  Tierra y poder, tierra y ascenso político, siempre han ido de la mano. Pero muchos no entienden que hoy, la riqueza y el poder no se obtienen mediante la tierra sino a través de la imaginación y del uso de nuevos desarrollos tecnológicos que han puesto a algunos países en la primera linea del desarrollo industrial y científico.

En la historia no contada de nuestros antecedentes de violencia en Colombia aparece la tierra como causa de muchos horrores. No era solamente el color político de una bandera sino, en el fondo, sacar a los campesinos de sus propiedades para aumentar las extensiones para cultivos que requerían millones de metros cuadrados de suelo como reclamaban la industria cafetera, la tabacalera, la algodonera y, muy especialmente, la ganadera. Una vez alineados los astros en esa senda de ambición  y soberbia, la guerra  se inició y continuó hasta entrado el siglo XXI. Los guerrilleros se identificaban como campesinos desplazados, los terratenientes como los caudillos de la democracia representativa, que llegaban al Congreso y a la presidencia a imponer sus ideas y a aprobar las leyes que protegieran lo que “esa clase de democracia” les había dado. En medio de los conflictos quedó la legitimidad de la propiedad de la tierra, que hoy cuestionan los pueblos originarios, y que defienden los que alegan títulos escriturarios y posesiones garantizadas por la fuerza de las armas.

Sobre los problemas sociales y el éxodo rural, dijo el Dr. Lleras Restrepo por esas calendas: “Es natural que los hechos que he relatado tocaran una serie de problemas jurídicos, pero en el fondo había una cuestión social de mayor envergadura, es decir, había que decidir si se le daban tierras o se abandonaba a una población que iba creciendo aceleradamente. Como era de esperar, este dilema siguió dos cursos naturales. El primero fue la colonización de nuevas tierras por parte de campesinos que ya no cabían en sus pequeñas propiedades, es decir, de familias con varios hijos a los que ya no podían sustentar con el producto de sus parcelas y tenían que migrar a zonas inexploradas o recién abiertas, sometiéndose, al menos nominalmente, al régimen de adjudicación de baldíos. El segundo, con profundas y graves consecuencias sociales, fue la migración hacia las ciudades, a donde llegaban gentes privadas de toda posibilidad de ganarse la vida trabajando la tierra o expulsadas por los propietarios que mecanizaban las explotaciones agrícolas. En esas condiciones, la tecnificación de la agricultura requería menos brazos y acentuaba el éxodo hacia las ciudades.”

Ojalá la sabiduría acompañe al Gobierno del Pacto Histórico para que se llegue a una solución donde se privilegien la paz y la vida sobre los títulos de propiedad de un pedazo de parcela, que no tiene más valor que la dignidad y los derechos de un ser humano necesitado y hambriento.

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