Las primeras civilizaciones nacieron y crecieron cerca de grandes ríos. La riqueza de tales pueblos dependía de la agricultura y, por tanto, necesitaban agua para el riego. Pero, también por medio de las fuentes hídricas movilizaban el comercio y se trasladaban de una región a otra. Hoy, por lo menos 2200 millones de personas no tienen acceso al agua y en el futuro las guerras se harán por el abastecimiento de agua. Los territorios que tienen suficiente agua la defenderán con su vida. Mesopotamia y Egipto son un ejemplo de esa historia. Pueblos como los sumerios, acadios, babilonios, asirios y persas, poblaron territorios cerca del agua.
En 1996 fui invitado por la Agencia Española para la Cooperación Internacional a fin de exponer, entre otros temas, el contenido de la Carta Política expedida en 1991, también conocida como una Constitución Ecológica, al decir de la Corte Constitucional. El ciclo de conferencias se cumpliría en la Universidad de Zaragoza (España). Fui seleccionado por criterios técnicos, académicos y por el conocimiento de una materia un poco exótica para ese tiempo como era “el régimen de aguas”. Dije en ese momento que la naturaleza debía ser sometida al orden humano, pues según Protágoras “el hombre es la medida de todas las cosas”. También fundamenté mis explicaciones en los textos de Nicolas de Cusa quien afirmaba, que “el hombre no está sometido a la naturaleza, que él transforma el mundo y al tiempo se crea a sí mismo.”
Pero hoy, las personas están destruyendo todo por la codicia y los procesos de una industrialización convulsionada, que agota los recursos de la tierra. Hace 40 años Colombia tenía 50.000 especies de plantas y el inventario de aguas era de 59 litros por km2, 15.000 km de longitud fluvial y 3 millones de hectáreas de aguas superficiales. Desde entonces pedíamos a gritos “establecer nuevos límites a la libertad” para frenar los problemas ecológicos, generar conciencia ambiental y respetar los lineamientos de la Conferencia de Estocolmo, como primer foro mundial relevante convocado en 1972 sobre la materia. Allí se adoptó una declaración que enunciaba los principios para la conservación y mejora del medio humano y un plan de acción que contenía recomendaciones para la acción medioambiental internacional. Pero no hemos hecho caso de esas cruciales advertencias.
El pacto histórico “promoverá un conjunto de normas que refuercen el entendimiento del agua como derecho fundamental, protejan el conjunto de las fuentes hídricas, promuevan una gobernanza comunitaria del agua, el reconocimiento del derecho al mínimo vital para los sectores vulnerables y el ordenamiento territorial en torno al agua”. Los partidos políticos tradicionales han convertido el servicio de acueducto y alcantarillado en un negocio, que beneficia a los empresarios y se ha alejado de los principios de solidaridad. Si no protegemos el agua como un bien de la naturaleza para el beneficio de todos, terminaremos enfrentados por el agua y habremos permitido la extinción de un recurso esencial para la vida del hombre sobre la tierra.
Se el primero en Comentar