La campaña política de la derecha se ha centrado en el miedo a regímenes que, por su fracaso, copiarlos sería un exabrupto. Pero los voceros de esos temores se olvidan de que cada país tiene su propia historia. Es posible que algunos imitadores hayan caído en la desgracia por adoptar políticas semejantes a las de quienes fracasaron, pero también hay decisiones en otras latitudes que se muestran exitosas y que los electores no están dispuestos a cambiarlas. El éxito depende de la inteligencia de los gobernantes, no de que adopten una u otra ideología. El mundo es un mapa de saberes diferentes y en algunas partes impera la miseria, en otros niveles medios de desarrollo y, en algunas regiones, la riqueza es regla de vida; no solamente por el poder material, sino por sentimientos como la felicidad, la percepción de seguridad y el convencimiento de que el gobierno está haciendo las cosas bien.
Colombia es una país sui géneris. Empezando por su geografía y el milagro de tener dos mares de uso diferente, pues mientras uno es el poder de la movilización de carga, el otro es la meca del turismo. Esa diversidad solamente es comparable con la países donde el agua dulce abunda y sus habitantes jamás padecerán de sed. Pero somos fuertes también en diversidad cultural y étnica. Sus suelos producen de todo para alimentar de manera directa a su población y exportar. Pero, y aquí están los males, la reyertas políticas entre liberales y conservadores nos atrasaron en crecimiento, porque los líderes de esas agrupaciones vivían de la violencia. Después con el frente nacional, excluyeron del gobierno a quienes pensaban diferente y les negaron el acceso al poder y, los últimos 30 años, se han consolidado las casas políticas regionales, mezcla de negocios y política, que han sembrado de corrupción al país y están centrando su poder en la Capital de la República, desde donde actúan a la sombra de normas y regulaciones que los han convertido en familias y personas de extraordinaria riqueza, mientras la mayoría de los colombianos (70%) padece necesidades urgentes en materia alimentaria, de salud, educación y empleo.
La pandemia puso al descubierto la miseria y con el símbolo del trapo rojo evidenciamos esa lamentable situación que muchos niegan, pero que está allí en miles de hogares. En otros, la pobreza vergonzante, les impide decir que tienen una vivienda pero no lo necesario para pagar los impuestos al gobierno local y nacional, ni para comer lo suficiente el responsable de la familia y sus dependientes. Los votos de rebeldía expresados en las elecciones del 13 de marzo evidencian lo que muchos ocultan, que Colombia es una sociedad, clasista, encerrada en sí misma, que hostiga a los débiles y que tiene a la fuerza pública para cuidar privilegios y no para proteger la vida honra y bienes de todos. Sería muy útil que los candidatos pusieran de presente en los debates las cifras de endeudamiento, pobreza, producción interna, importaciones exportaciones y desempleo. Pero sobre todo que hicieran énfasis en las sumas billonarias que se pierden en los laberintos de la corrupción pública. Empezando por los contratos que nunca se terminan, los sobornos ya probados de Odebrecht, las cifras que no se gastan en las concesiones de vías y peajes, y lo que el Estado dejó de ganar con las concesiones portuarias.
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