La derecha colombiana no cesa de repetir el posible arribo de políticas Castro chavistas, como consecuencia de la llegada al poder de alguno de los candidatos de la izquierda. Nos comparan con Venezuela o con Cuba, y hasta con Nicaragua país que no tiene parangón con nuestra idiosincrasia. Se les olvida eso sí decir, a los líderes de la derecha, que Batista el Presidente derrocado en Cuba era una mala persona y que según la historia había convertido a la Isla en un burdel, donde sus amigos y turistas se divertían con las descendientes afroamericanas y otras féminas que llevaban de paseo. Un golpe militar dado por Fulgencio Batista “ liquidó la libertad de expresión, de reunión, de huelga, eliminó la Autonomía Universitaria, aumentó el salario de las fuerzas armadas y de la policía, y se otorgó un salario anual superior al del presidente de Estados Unidos”. Por eso Castro triunfó.
El caso de Venezuela está retratado en múltiples escritos. Después de la dictadura en 1958 empezó un proceso democratizador, con resultados económicos altos; el PIB creció a un promedio de 5,8% anual (Lucena, Hernández y Goizueta, 1985). En 1993 Carlos Andrés Pérez fue sometido a juicio por corrupción en la Corte Suprema de Justicia. En 1997 se empieza a deteriorar el nivel de vida. Acción Democrática y el partido socialcristiano–identificado con las siglas COPEI- habían llenado casi todos los escenarios de participación popular, y habían sometido a prácticas clientelares y de amiguismo el reparto de las cuotas de poder. En 1998 barre electoralmente Hugo Chávez. Lo demás es historia. (Lucena 2005)
El camino que estamos recorriendo es muy parecido al de esos países. Colombia ha tenido dos bonanzas importantes: la del café y la del petróleo. La primera, empezó a labrarse a principios del siglo XX. Para 1924, el café representaba casi el 80% de la exportación nacional. En 1927 crearon la Federación Nacional de Cafeteros, que se fue apoltronando con el poder político de los sembradores del grano. Creció tanto que las bonanzas sirvieron para hacer inversiones en la Flota Mercante, el Banco Cafetero y otras empresas que beneficiaban al sector. Pero al tiempo algunas familias se apoderaron de la administración y repartieron privilegios entre la burocracia cafetera y amigos e hijos de los más fuertes del sector, hasta cuando llegó la hecatombe. (Archivos digitales El Espectador). Igual historia hemos vivido con el petróleo. Pero “uno de los problemas fiscales asociados a las bonanzas es la financiación de gastos permanentes con ingresos que por su naturaleza se pueden reducir e incluso desaparecer”. (Borradores de Economía 2016-Estudios Banrepública). Por el lado de las finanzas públicas, una caída abrupta de los precios externos de los bienes de origen mineral afecta el flujo de recursos por impuestos y regalías al igual que las utilidades de las empresas públicas que desarrollan actividades en el sector. (ídem fuente)
Para el año 2015 Cedetrabajo expresaba en un documento: “la situación macroeconómica del país es lamentable. En los años del auge de precios, entre 2003 y 2013, la producción aumentó 52,3% pero el empleo solo lo hizo 11,5%, probando que la apuesta por actividades extractivas intensivas en maquinaria y en capital financiero de tipo especulativo, no tiene una articulación con la creación de trabajo estable y de alta calidad. Durante este mismo periodo el sector agropecuario creció en promedio al 2,3% anual y el industrial lo hizo al 3,2%. En comparación con la minería que creció al 6% en promedio anual, el agro aumentó 2,5 veces menos que este sector extractivo y la industria lo hizo 2 veces menos . Los sectores productivos combinados (agro e industria), redujeron su participación en el PIB total de 21,9 % en 2003 a 17,2% en 2014”.
Ahora bien, los párrafos anteriores indican que los días de los levantamientos sociales están precedidos por malos manejos de los recursos públicos, por desacertada concentración política en sectores privilegiados, por el abuso de las condiciones laborales en perjuicio de los trabajadores, por el despilfarro de las bonanzas y por el enriquecimiento continuado de los más ricos. Y, lo más importante, el aumento de los niveles de corrupción que desvían recursos del Estado para satisfacer intereses particulares. Hoy Colombia registra a nivel internacional índices bajos de apetencia democrática. Los estratos socioeconómicos han evidenciado la diferencia de status y de ingreso, lo que dejó demostrada la pandemia con los trapos rojos en las ventanas de los pobres de las grandes ciudades. El desempleo y la informalidad son nota característica de nuestra sociedad. Algunas comparaciones son odiosas pero sirven para reflexionar.
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