ELECCION DE LOS CONSEJOS DE LA JUVENTUD

Cuando ciertas autoridades, empezando por el Presidente Duque, dicen que las elecciones de consejos de la juventud fueron un éxito y una demostración de democracia, creo que nos están “tomando del pelo”. El solo hecho, que además está certificado por la Registraduría, de que no hayan participado sino el 10% de los llamados a las urnas, o sea, los habilitados para votar, es un rotundo fracaso del proceso y, las causas hay que analizarlas desde todos los puntos de vista.

Primero, la causa política en Colombia está desprestigiada, empezando porque en este certamen que debió ser uno de los más limpios la Procuraduría evidenció que hubo 40 quejas por presuntas irregularidades en esas elecciones que se concretaron en los siguientes comportamientos: intervención en política de servidores públicos, coacción electoral, doble votación y compra de votos. Hubo, por tanto, posibles ataques a la moral de los jóvenes que deberían investigarse a fondo y sancionar a los responsables.

Segundo, la causa económica, porque estas elecciones no tienen el incentivo de terminar en una posición desde la cual se repartan puestos o contratos, ni se gana salario u honorarios, por el momento, pero llegará un día en que se pagará a los consejeros para hacer más atractivo el puesto. Esto quiere decir que una posición llamada a generar principios éticos y democráticos en política resulta permeada por los mismos vicios de las jornadas que desarrollan los mayores, esos sí experimentados en toda clase de atropellos a la voluntad popular.

Tercero, la causa pandémica, pues el temor al contagio del virus hizo que algunos prefirieran seguir en sus casas o fincas de recreo, antes que someterse a los riesgos de contraer una enfermedad que puede inhabilitarlos de por vida o causarles la muerte. Recordemos que seguimos en emergencia sanitaria según las reglas del gobierno y que estamos bajo amenaza de mutaciones más letales.

Cuarto, la causa generada por el rechazo a la politiquería, porque la mayoría de los jóvenes consideran que en Colombia hay una democracia totalmente deformada por quienes ostentan el poder desde hace décadas. En ella prevalece la corrupción que hoy está en el primer plano del rechazo ciudadano, los delitos electorales que no se persiguen con intensidad por parte de la Fiscalía, el papel preponderante de los partidos tradicionales que fueron los que sacaron representación, la falta de información en temas políticos esenciales para la vida en sociedad y la certeza de que a pesar de su participación todo seguirá igual mientras no se produzca un cambio de fondo en todas las instituciones. Esa es la desesperanza frente posibles reformas mientras gobiernen los mismos.

Si, una verdadera democracia tiene como eje central al pueblo y no a las élites, los cargos no se reparten a dedo por el que tiene el poder sino por competencias laborales o experiencia demostrada de buen servicio, la autoridad tiene que ser transparente en el manejo de los recursos públicos y en la entrega de información, se rinde cuenta de la autoridad que se ejerce y todas las deliberaciones están abiertas al público. Además, no se protege al que es acusado de actos inmorales, hay libertad de expresión y no se coarta a la prensa libre ni con amenazas ni con sanciones, y se sanciona a los abusadores del poder. Pero lo más profundo de una democracia verdadera es el respeto a la Constitución, y la protección de los derechos y libertades del pueblo, porque el constitucionalismo no puede ser solamente un mito, sino una realidad presente en la vida de todos.

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