DEMOCRACIA A PUNTA DE BALAS

Siempre he repetido en la academia que el gran valor de la democracia, establecida por los griegos, fue haber acogido el término isonomía como base de la democracia. Para ellos la isonomía era la igualdad ante la ley. Dicha igualdad se basaba en un instrumento que todos debían respetar: la norma votada por el pueblo. Antes de la democracia, la tiranías y la monarquías eran los sistemas de gobierno más usuales. Pero tenían un problema: las personas del círculo del poder se mataban entre ellos mismos por el gobierno, incluso entre familiares esa era la causa de todos los fraccionamientos sociales y las batallas. La Tragedia de Edipo, cuenta los detalles del misterioso destino que lo hace crecer separado de sus progenitores y lejos de su patria.  Esos clanes sobreviven en la democracia de hoy y son ellos los causantes de las divisiones entre las personas de un mismo pueblo. Por eso los primeros gobernantes se basaron en el control de las armas, pero tenerlas no garantizaba la permanencia en el mando; se requería un poder más allá de la violencia y por eso la democracia, como fuerza representativa de la mayoría, era más respetada que el poderío de  los soldados. Colombia ha padecido revoluciones, golpes de estado y guerras civiles, todo a causa de las élites gobernantes. Si el control del poder no llenara de tanta soberbia a los gobernantes, el consenso y la tolerancia serían reglas de convivencia dentro de los regímenes democráticos.

Los gobiernos de la actualidad se sostienen con la capacidad militar de los hombres disponibles para el combate o por los aliados que los apoyen. Y no debería ser así. La estructura de la sociedad moderna se basa en el diálogo, la convivencia pacífica, la solidaridad, el respeto mutuo, los acuerdos sobre temas esenciales para la garantía de la paz y criterios de justicia que eviten el uso de la fuerza bruta. Estos valores fueron elogiados por el Secretario de Naciones Unidas en su reciente visita a Colombia, donde reconoció la esperanza que han expresado millones de colombianos después de la firma de los acuerdos con las extintas Farc. Por otra parte, el delegado de la Unión Europea Eamon Gilmore le pidió al Presidente Duque “dejar atrás el lenguaje de fracaso” para calificar el desarrollo del acuerdo de paz. Parece que el mandatario colombiano, prefiere acoger la tesis de su partido en el sentido de que lo que no hacen ellos no es exitoso, mientras sus acciones todas son “históricas.”

Ese ambiente armamentista y combatiente, que solamente califica de héroes a policías y militares, pero no al pueblo colombiano, que trabaja día y noche para sostener un gobierno derrochador y paquidérmico, es propio del caudillismo de jefes políticos retrógrados, que no respetan los derechos humanos y que creen que las masacres o los ataques que sufre la población civil son actos normales en una democracia. Todos los ejércitos se han constituido para defender a la población que no porta armas y que merece el respeto de las fuerzas creadas para garantizar la “vida, honra y bienes de los ciudadanos”. No puede permitirse que la fuerza pública solamente esté disponible para cuidar a la “gente de bien”, de los estratos más elevados de la sociedad, mientras los campesinos y las zonas marginales sufren el abandono estatal. Según datos de las ONG defensoras de derechos humanos el promedio de masacres al año en el gobierno Duque pasan de 50, es decir, más de 150 masacres en total, con número aproximado de víctimas de 200 personas. Un informe de Amnistía Internacional, Temblores y PAIIS concluye que al menos 103 personas sufrieron lesiones en los ojos durante el paro nacional de 2021. Y eso que los documentos oficiales son reservados e impide conocer toda la verdad. Con bastante razón los jóvenes piden menos armas en las calles y más  salud y educación.

Se el primero en Comentar

Deja tu respuesta