LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

En el Tao Te Ching su autor Lao Tse hace una serie de maravillosos comentarios, que hoy resuenan en la mente de muchos intelectuales, Por ejemplo, en el párrafo 31, cuando habla sobre las armas superiores, el filósofo dice: “Las victorias conseguidas no se glorifican, pues glorificarlas es deleitarse en matar a los hombres. El que se deleita en matar a los hombres no puede conseguir sus ambiciones bajo el cielo. Y finaliza el texto: “Después de matar a masas de enemigos, llora por ellos con dolor y con lástima. Después de quedar victorioso en la batalla, realiza lo ritos funerarios.” Por eso se dice (en el Ssu ma Fa): “El que olvida la guerra correrá peligro, el que está apasionado por la guerra perecerá. De esto se desprende que podemos hacer uso de los ejércitos, pero no podemos amar los ejércitos”. No obstante todas las advertencias sobre la bondad de la paz y la crueldad de las guerras el hombre sigue desde la antigüedad el mismo patrón: todo quiere resolverlo con la violencia. No importan las graves consecuencias que se derivan de esa actitud, como la pérdida de vidas, la destrucción de bienes históricos o textos irreemplazables y, sobre todo, el desplazamiento de inocentes y el hambre y penurias a que los sometemos.

Por esa causa el guerrerismo no es la salida en los sistemas democráticos, que buscan resolver todo a base de diálogo y de la aceptación de las diferencias. Las conductas violentas están fuera del orden racional y nunca deberían ocurrir salvo en situaciones extremas, cuando la legítima defensa sea la última opción. En recientes documentos entidades que siguen las cifras del conflicto armado en Colombia han puesto en conocimiento de los ciudadanos los números que reflejan sus archivos: solamente en relación con personas desaparecidas desde 1958 se registran más de 80.000 personas adultas y casi 10.000 menores de edad, según datos de la Fiscalía y del Centro Nacional de memoria histórica. Y el número de muertos que dejó el conflicto armado se estima en más de 264.000 personas, atribuidos a las guerrillas, paramilitares y agentes del Estado. Estos datos no son para enorgullecernos sino para lamentar que se haya derramado tanta sangre por causas políticas, ideológicas y de poder, especialmente por la propiedad de la tierra. La Justicia Especial para la Paz ha indicado que lleva notas de 6402 muertes por falsos positivos, cuyas verificaciones están haciendo dentro de los hallazgos de este Tribunal transicional.

La peor tragedia la viven quienes han tenido que desplazarse abandonando sus hogares y sus parcelas que según el más reciente informe del Observatorio Global del Desplazamiento Interno, en Colombia, a diciembre de 2020, había aproximadamente 4,9 millones de personas desplazadas como consecuencia del conflicto armado. Pero estas cifras se redondean con el número de víctimas que según el propio gobierno y el centro de memoria histórica ha llegado a más de 8 millones de personas afectadas directa o indirectamente por la violencia. Por todas las consecuencias de la guerra debemos hacer un alto en el camino y dejar de “echarle gasolina” al fuego del odio y sentarnos a precisar nuestras diferencias y buscarles una solución por medio de los acuerdos que sean necesarios a fin de impulsar el desarrollo económico y social en beneficio de toda la población. No resulta lógico, entonces, que en medio de la campaña electoral solamente se lean y escuchen acusaciones y ultrajes de infamias, estigmas y descrédito. Tanto el Consejo Nacional Electoral como los jueces deben intervenir para detener ese tropel de afirmaciones injuriosas y calumniosas que se evidencian en las redes sociales, donde se hacen afirmaciones falaces y repiten imputaciones deshonrosas o imputaciones falsas de delitos (injuria-calumnia). Los autores de tales conductas deben ser procesados rápidamente y castigados por la perturbación que se hace al proceso electoral ya en curso. Exijamos de todos, candidatos y ciudadanos, un mínimo de responsabilidad, cordura y buen juicio

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