EL FRACASO DEL PODER

La Señora Angela Merkel ha sido considerada como una gran líder. Pero demoró demasiado la transición. Varias derrotas anteriores en regiones donde tenían mayoría sus apoyos más importantes debieron advertirle que el tiempo de salir del poder había llegado. Pero no lo hizo. Salvo que pase algo extraordinario en las negociaciones de una nueva coalición en Alemania, ella saldrá derrotada del poder. Ocurre en todas las latitudes que personas con liderazgos ejercidos durante mucho tiempo, olvidan que el poder es transitorio y que es necesario dejar que la historia vaya marcando nuevos derroteros a los países y al mundo. En todas partes están cambiando las tendencias ideológicas y lo que prevalece en la mayoría de las naciones es la defensa de derechos y libertades que muchos gobiernos aprisionan a veces de manera directa y a veces soterradamente, es decir, usando la democracia como mecanismo de opresión. Y si se tienen mayorías legislativas, la tendencia es a que entre el ejecutivo y el legislativo abusen hasta el cansancio de su capacidad de decisión, pero llega el momento y el pueblo estalla. Ellos no creen eso, pero la bomba emocional que se va acumulando revienta algún día, cuando “ya no se puede más”.

A veces la permanencia en el poder se logra a base de componendas y triquiñuelas, falsedades y homicidios. Con razón un comentarista de opinión escribió: “Todos los hombres tienen un precio”, decía Fouché, el “primer socialista verdadero (…) de la revolución [francesa]”, según Stefan Zweig. Joseph Fouché escribió un manifiesto comunista un siglo antes que el mismísimo Marx, agregó el autor austríaco. Ese documento –titulado “Instruction de Lyon”– comienza con una declaración de impunidad: “Todo está permitido a los que actúan en nombre de la República”. Este fue –y sigue siendo– el eje rector de quienes creen que es legítimo pisotear las leyes y destruir las instituciones de un país, si la causa lo necesitase.”

Pero así no funciona la democracia, porque en ella el principio racional impone una persona un voto, es decir, el derecho de igualdad, tanto que en la antigua Grecia se extraditaba (ostracismo) a quien se creía por encima de la democracia y, por tanto, del pueblo. Nadie está por encima de las leyes que el pueblo ha aceptado como tales. A eso se refieren las leyes fundamentales, que son tan antiguas como la humanidad. Y la humanidad cambia si se necesita. No hay cambio sin presión social. Los cambios artificiales fracasan. Por eso oponerse a que la sociedad reconozca y busque líderes que hagan aprobar leyes justas para todos es un error. Pero también imponer los cambios para favorecer una tendencia ideológica en particular es otro error. Cada generación tiene su tiempo y cada tiempo su generación.

Y los partidos modernos, que soportan el precio de representar a muchos votantes, no pueden incurrir en las mismas equivocaciones de sus antepasados. Los lideres hay que cambiarlos a tiempo, en la medida que ya prestaron un servicio y lo hicieron bien o mal. No se puede repetir, porque ello acarrea un desgaste innecesario. Si las organizaciones políticas tienen mecanismos democráticos de sucesión, tendrán líderes muy meritorios para ascender y representar a ese partido o movimiento. Pero si los partidos continúan con los mismos y repitiendo igual cantaleta de años anteriores van directo al abismo. Las generaciones no perdonan y cada generación tiene su lenguaje. El lenguaje de hoy no es el mismo de ayer. Por eso las derrotas parciales son avisos para las grandes derrotas o para el triunfo si somos capaces de revisar, analizar y aceptar los “signos de los tiempos”. Hagamos un estudio de lo que está pasando a nuestro alrededor y no seamos ciegos. El mundo avanza, con nosotros o sin nosotros.

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