EL ODIO NO ES EL CAMINO DEL PROGRESO

La libertad de pensamiento es uno de los derechos fundamentales de las personas que, como seres inteligentes, permite expresar ideas, opiniones, hacer planteamientos, proponer nuevos proyectos, defender ciertas ideologías, credos o doctrinas. Sin embargo, en el camino de la vida encontramos personas llenas de odio que miran hacia un solo lugar y creen que cuando tienen poder todos deben seguirlos con los ojos vendados, pues de lo contrario serán tomados como enemigos y el objetivo es destruirlos. Ese tipo de personas de visión unilateral pueden convertirse en el mayor peligro de las sociedades abiertas y divergentes. Frente a ellas debemos abrir nuestra capacidad de comprensión, de diálogo y de reflexión, para hacerles ver los cambios de la nueva sociedad que estamos disfrutando. El discurso de odio que se genera desde las palabras de quienes se creen seres únicos, ídolos o héroes, ataca personas individuales, a la sociedad en general, razas, o activistas ideológicos simplemente porque no comparten esa misma perspectiva o sueño.

Por eso se hace necesario establecer las fronteras y límites de la libertad de expresión en el marco del discurso político, sin perder de vista que el Derecho no puede ser el factor de disuasión del ejercicio de la libertad de expresión en un Estado democrático. Hay que mantener ideas firmes en favor de la libertad de expresión «por equivocada o peligrosa que pueda parecer (…), incluso las que ataquen al propio sistema democrático. La Constitución, se ha dicho, protege también a quienes la niegan» Y esto es así porque «en nuestro sistema –a diferencia de otros de nuestro entorno– no tiene cabida un modelo de “democracia militante”. El discurso de odio supone conductas que no solo provocan el temor de la persona destinataria del mensaje, sino que atemorizan a todo el grupo al cual se pertenece, creando sentimientos de lesión de la dignidad, de inseguridad y de amenaza. Constituyen, pues, una ofensa que supone la existencia de una causa para futuras conductas de discriminación, hostilidad y violencia.

Una de las tareas de los medios de comunicación es educar a las sociedades y para ello con sus comités editoriales y de ética periodística, deberían omitir sus apoyos al discurso del odio que se enseñorea de todas las campañas en los procesos electorales. Y, por el contrario, estimular la discusión abierta de tesis, programas y propuestas que se centren en el respeto, la cordura y la defensa del derecho a la paz, que se rompe como cualquier cristal frágil, por las bocanadas de insultos que salen de los actores políticos y de los servidores públicos que no entienden que el papel de ellos es ser árbitros ideológicos de las contiendas y no parte de los combatientes activos de la guerra. La visión más novedosa de la política es que podamos contemplar la tierra que vivimos por su belleza y diversidad y sentirnos seguros sin que nadie atente contra nuestra vida y bienes.

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