DEMOCRACIA PERO CON GERENTES, NO CON POLITIQUEROS

Al conocimiento científico se le puede criticar de diferentes formas y hasta denigrarlo como se hace en ciertas investigaciones que, para denostar los argumentos serios, se buscan otros en contrario para respaldar una postura oficial. Así pasa con muchos expertos que van asimilando diferentes tesis de manera crítica, pero también asumiendo su defensa frente a aquellos que las reprochaban sin haberse tomado el tiempo de entenderlas. Eso ocurre, por ejemplo con el pensamiento de Norberto Bobbio (1909-2004) que mientras a unos llena de confianza con sus tesis, otros ven en sus argumentos algunas contradicciones. Y eso es normal tratándose de la visión de cualquier erudito. Hoy, convencido de que muchos no se acercan a sus tesis, voy a referirme a su libro el Futuro de la Democracia (1984) donde hace un análisis amplio sobre diferentes tópicos que no pasan de moda. El autor inicia con esta manifestación en su introducción: “Para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natural; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a él mismo.” Por eso es bueno destacar algunas aproximaciones a lo expresado por él en su extraordinario estudio:

1.- La democracia parlamentaria se está transformando cada vez más en un régimen autocrático. No obstante que en Colombia tenemos un régimen presidencialista, los poderes que concentra el presidente lo asimilan más a una autocracia “como sistema de gobierno en el cual un solo hombre acumula todos los poderes”. Esta parece una afirmación escandalosa pues muchos dirán que aquí hay tridivisión de poderes y una buena cantidad de órganos autónomos, pero lamentablemente en todos ellos tiene poder el Presidente para nominar o influir en los nominadores; hay eso sí, y debe admitirse, algunas manifestaciones de independencia en la rama judicial, pero el 80% de ella está cooptada por la política. El gran vacío es la falta de control hacia quienes tienen la facultad de nombrar y remover libremente o de adjudicar contratos mediante escogencia directa de los contratistas. Tales facultades son un “barril sin fondo” de las democracias. Las autocracias pueden retrasar el avance de toda una generación con sus malos gobiernos y sus odios, pues nunca terminan de vengarse de todos los que los desafiaron.

2.- La derrota del poder oligárquico. Nada más funesto para una democracia que la influencia del dinero, bien o mal habido, en los procesos electorales. La financiación de las campañas es un torbellino de dineros escondidos. Nadie respeta los topes, porque muchos de los que dan y reciben dinero no declaran renta. En la segunda vuelta caen los millones en favor de uno de los 2 candidatos finalistas, con lo cual el poder de la riqueza se impone: entregan licor, tamales, dinero, ofrecen casas, becas, o vinculaciones laborales que se concretan después del triunfo.  Por eso los repartos que hacen los nominadores en el fondo obedecen a esos acuerdos previos que para muchos son vergonzosos, y para otros la salvación de sus aportes. Ser Congresista, embajador, cónsul, ministro o alto funcionario con capacidad para nombrar o repartir concesiones vale un potosí.

3.- Tecnocracia y escaso rendimiento. Los gobiernos siguen insistiendo en vincular a la administración a técnicos, amigos de sus amigos y compañeros de su universidad, pero ajenos a las realidades del pueblo. Y de allí viene su fracaso.  Frente a las constantes demandas de los ciudadanos por el respeto de sus derechos, ni la acción de tutela ha podido con la apatía de esa burocracia indolente que, por ejemplo, espera que lleguen las lluvias para que las avalanchas se lleven todo, antes de tomar medidas preventivas y salvar vidas y bienes. Un Estado moderno necesita experiencia en la ejecución de tareas generales o específicas y conocimiento de la realidad de cada vereda, corregimiento, municipio o Departamento. Lo contrario es infortunio o descalabro. Por eso quedan muchas obras abandonadas o “elefantes blancos” por los que nadie responde. Si leyéramos más Bobbio y a los últimos premios nobel de economía, entenderíamos las razones. Un régimen de responsabilidades más estricto sería parte de la salvación de nuestra democracia y, además, una justicia autónoma, escogida por méritos, sin tanta facultad discrecional y sin servilismo por la politiquería.

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