¿Y DÓNDE ESTÁN LOS EXPRESIDENTES?

Ellos que dejaron el poder después de cumplir los respectivos periodos, deberían estar muy agradecidos con el pueblo colombiano que les dio la oportunidad de servirlo. Porque es así, las gracias deben partir de quienes ostentaron el poder y no de quienes les dieron semejante honor. En sus mentes, día a día, deberían recordar qué hicieron en beneficio del pueblo y cómo sus políticas tienen influencia hoy. Además, si tienen algún arrepentimiento demostrarlo mediante palabras y obras de reivindicación, de tal manera que sean ejemplo para quienes gobernaron y para las siguientes generaciones. La imagen de los expresidentes queda retratada en las encuestas al momento de dejar el poder y en las actuaciones subsiguientes, que indican con claridad el grado de compromiso con su tarea y con el desarrollo económico y social del país.

Un expresidente no es un mueble viejo, como afirman algunos, y pueden ser ideólogos de muchos programas nuevos en beneficio de la sociedad, gerentes de proyectos sociales, innovadores y líderes frente a los empresarios y el mundo de los negocios. Pero también pueden convertirse en una talanquera que no deja mover el engranaje del Estado hacia el futuro que las nuevas generaciones están ambicionando. En Colombia existen expresidentes anclados en el pasado, mientras las sociedades de todo el mundo trabajan con celeridad para mejorar las condiciones de vida del pueblo que los honró. Donde unos ven invenciones, descubrimientos, ideas, otros se limitan al conformismo, a la inercia y a esperar que todo cambie para que nada cambie. Añoran el pasado como parte de los signos de los tiempos, incluso desean volver al pasado, no importándoles que ese cambio los mantenga en la guerra y en la violencia partidista. Si algo caracteriza a un líder es el cambio en beneficio de todos, la adaptación a la modernidad, la aceptación de la diversidad y el apoyo a cada uno, según los criterios marcados por el derecho al libre desarrollo de su personalidad.

Es un deber y una obligación moral de los expresidentes aportar su experiencia no para dividir más a la sociedad sino para unir, no para defender ideas oscurantistas, lóbregas, confusas o ruines, sino para convertirse en luz que disipe las tinieblas; los expresidentes deberían ser maestros porque enseñar nunca cansa; no deberían amar la guerra sino la concordia, porque ganar mil batallas no es lo mejor, pero doblegar a quien se considera enemigo sin luchar es de sabios; además, tienen que despojarse de la ambición, ya tuvieron oportunidad de mandar y disponer de cargos y del presupuesto público, deberían ser generosos y ayudar a todos, no solamente a sus amigos y facilitar la movilidad social. Tales expresidentes merecerían elogios y no el repudio general o mayoritario de la población, como hoy ocurre.

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