GOBERNAR SIN ODIO

Colombia tiene aproximadamente 50 millones de habitantes. Para 2019 Sudáfrica tenía un poco más de 58 millones de personas. Pero el país austral representa un ícono en temas de apartheid, por la presencia de Nelson Mandela. Pero hubo muchos líderes luchando por la igualdad. Nada más crítico que el antiguo esclavismo que permitió que desde África se llevaran más de 10 millones de negros para servir como esclavos en otros continentes. Pero la lucha, que ha durado toda la vida de varias generaciones, dio sus frutos cuando los blancos reconocieron que debían compartir el territorio usurpado. El premio nobel de paz Desmond Tutu, también trabajó de manera incansable por la libertad y los derechos humanos de los sudafricanos. Ellos son nuestros pares en el anhelo de justicia, ellos combatieron por la raza, nosotros por el desarrollo social. Tutu hijo de un profesor, llegó a Obispo, y desde esa posición pidió a los gobiernos de todo el mundo la imposición de sanciones económicas contra el gobierno surafricano para obligarle a acabar con el régimen del apartheid.

En El Libro del Perdón, Desmond Tutu, escribió: “Como presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, muchas veces me preguntaron cómo era posible que el pueblo de Sudáfrica haya perdonado las atrocidades e injusticias que sufrió durante el apartheid. Nuestro trayecto fue ciertamente largo y peligroso. Hoy es difícil creer que, hasta nuestra primera elección democrática, en 1994, el nuestro fue un país que institucionalizó el racismo, la desigualdad y la opresión. En la Sudáfrica del apartheid sólo los blancos podían votar, recibir una educación de calidad y esperar progreso y oportunidades. Hubo décadas de protesta y violencia. En nuestra larga marcha a la libertad se derramó mucha sangre.”

Lo curioso es que el odio venía dosificado desde el poder. El dominio de una raza sobre otra, la desesperanza de miles para la satisfacción de unos pocos. Y Desmond Tutu reafirmó: “Cuando, por fin, nuestros líderes salieron de la cárcel, se temió que nuestra transición a la democracia se convirtiera en un baño de sangre de venganza y represalias. Milagrosamente, elegimos otro futuro. Elegimos el perdón. En ese tiempo, sabíamos que decir la verdad y recuperar nuestra historia era la única manera de salvar a nuestro país de la destrucción.”

En Colombia el 7% de la población tiene adecuadas condiciones para vivir. Si uno busca las estadísticas de los estratos ese 7% corresponde a los niveles 5 y 6 de la población. Es allí donde está la capacidad de pago, y, en el último nivel, la riqueza. A veces una riqueza desafiante frente a la pobreza de las mayorías. Lo que pide el pueblo es que la riqueza nacional, la que hay hoy, no se acumule en las manos de unos cuantos, sino que así como el pueblo trabaja para producir esos 1000 billones del PIB una parte importante de esa cifra se invierta en desarrollo social, lo que en términos claros significa el cumplimiento de las garantías constitucionales que señala la Carta de 1991 o la del nuevo texto que la reemplace, si las mayorías consideran que su tiempo se acabó. Desde la Presidencia no se puede gobernar con odio. Resulta evidente que la Constitución consagra el juramento como una institución propia del sistema jurídico colombiano. Y al jurar el Presidente de la República que cumplirá la Constitución y las leyes, (Art. 188) se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos. Por eso como símbolo de la unidad nacional es su deber expresar empatía hacia el pueblo, comprensión y afinidad. Actitud que hasta hoy parece ajena en el palacio presidencial.

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