ENTRE LA AGNOTOLOGIA Y LA ANOMIA

Las sociedades modernas tienen una dicotomía en la aceptación de caminos diversos entre todas las posibilidades que se les ofrecen a los ciudadanos. Si bien las propuestas son diversas, la dicotomía parece enfocarse al final en dos elementos de un mismo objeto, por eso es interesante plantear el debate entre conocimiento o agnotología, seguido por la dicotomía entre legalidad o anomia. Según los documentos que tratan del tema, la agnotología es el estudio de la ignorancia o duda culturalmente inducida, la publicación de datos científicos erróneos o tendenciosos. Robert Proctor, quien acuñó el término, investiga cómo la ignorancia se genera activamente en la sociedad a través de fuentes como el secretismo militar o judicial y por medio de políticas deliberadas. En el caso del debate político se recurre a su absoluta degradación por medio de la retórica de la desinformación o hacer que el debate gire no en torno a unos datos, sino en torno a propuestas para cambiar esos datos y la realidad. Las “armas de distracción masiva” persiguen dos cosas: Negar la credibilidad de las fuentes, por muy solventes que sean, o negar los propios hechos. La anomia, por su parte, la explica el profesor Víctor Reyes en la introducción al capítulo 3 de su libro La Anomia (2016), así: “la anomia es un concepto perteneciente a la tradición teórica de la sociología que significa la ausencia de normas, la tendencia transgresora de las reglas, tanto a nivel colectivo como individual”. El término tiene 25 siglos de uso, pero hoy se aplica a muchas situaciones del quehacer cotidiano: por ejemplo, en la violación recurrente de las normas de tránsito sin importar el riesgo en que se ponen la vida y bienes de los demás, el mal manejo de las mascotas dejando las heces en el espacio público o tirando la basura en las vías, con perjuicio del medio ambiente y la salud.

En la política el uso de formatos prefabricados (agnotología) para inducir a la comunidad al desconocimiento de la verdad es muy usual. Los slogans de las campañas nunca dicen cómo se van a hacer las cosas, no precisan los costos de las actividades que deben desarrollarse o de las promesas que se están haciendo, ni los indicadores de gestión y resultados. Y eso permite que el elector vaya a las urnas creyendo que vota por un programa, cuando en realidad el mismo tenía cosas ocultas que jamás los candidatos informaron. Por eso es necesario que el voto programático se aplique a todos los niveles de la función pública, incluyendo al Presidente de la República, que debe ser el primero en dar ejemplo de seriedad, cumplimiento y honestidad intelectual. Otro aspecto importante es la lucha contra la corrupción, pues siempre se ofrece acabar con ella, pero el candidato nunca dice que él mismo no será autor, cómplice o auxiliador de la corrupción. Y al final de su mandato explica que no se pudo hacer nada en ese sentido porque los organismos de control no ayudaron o que es muy difícil acabar con ese flagelo porque los corruptos tienen muchas formas de esconder sus malas acciones. Y esa actitud trae como corolario que los de abajo, hasta el más modesto servidor, sostengan que si los de arriba roban ellos con mayor razón porque nadie está dando buen ejemplo. Y así la cadena de estropicios será eterna. Debe existir un juicio de responsabilidades después del mandato de todos los elegidos a través de organismos independientes que evalúen si se cumplieron o no los programas ofrecidos y los planes de desarrollo, o si se incurrió en actos deshonestos, y, en caso contrario, sancionarlos con inhabilidades para volver al gobierno.

Los comportamientos anómicos por su parte en la política y en muchas empresas son evidentes, y a pesar de que no se reportan todos los ingresos de las campañas o la forma como se integran los equipos de gobierno de los municipios, departamentos o de la Nación todos creen que lo están haciendo a las mil maravillas, sin mencionar los pactos secretos que han hecho o se van a hacer para garantizar los votos en las corporaciones para sus propósitos personales. Los dos términos (agnotologia-anomia) están íntimamente relacionados y juegan un papel de importancia en las conexiones sociales y colectivas. Todos deberíamos contraer el compromiso de no inducir la ignorancia en los demás mediante maniobras fraudulentas o mediante el abuso de las fuentes del conocimiento para desviar la verdad, que a pesar de las disparidades que presenta la diversidad siempre será la misma. Y, adicionalmente, el juramento de los que ejercen cargos o cumplen funciones públicas, debería incorporar una declaración de ética pública frente a los programas ofrecidos y en el manejo de los recursos públicos. La modernidad exige más transparencia.

Se el primero en Comentar

Deja tu respuesta