NO SOMOS BOTIN DE GUERRA. VIVIMOS EN UNA DEMOCRACIA

Black woman with raised fists wearing protective face mask while supporting anti-racism demonstrations.

Gobernante que no se haya leído y, además, ponga en práctica las enseñanzas de La Política de Aristóteles, no puede tener éxito. Claro, ese texto hay que estudiarlo eliminando de su contenido instituciones como la esclavitud y otras malas prácticas antiguas que fueron superadas por las sociedades modernas y por las organizaciones internacionales de derechos humanos y veedoras del derecho internacional humanitario. Desde sus primeras páginas hasta las últimas hay un ideario de sabiduría, reflejo del conocimiento sistematizado de las civilizaciones antiguas.  Lo primero que llama la atención es que el filósofo puso en evidencia que “el hombre es un animal político”. Hoy decimos: “tienes que hacer la política y defender tus derechos, porque de otra manera alguien hará la política por ti y esos desaparecerán tus derechos”.

Pues bien, una de las reglas de la guerra en los grandes imperios de la antigüedad era que los vencidos y sus bienes constituían botín de guerra y como tal “todo botín de guerra pertenece a los vencedores”. Eso solamente lo evita la justicia, “que ligada a la polis tiene un valor político, y se convierte en regla de la comunidad”. En los tiempos anteriores a la democracia los monarcas nombraban solamente amigos suyos y de la monarquía en el poder, pues consideraban que no siendo amigos no obrarían conforme a su política. Ese sistema se practicó en Colombia por años, y sirvió como causa para las muchas guerras que hemos vivido desde la independencia. Todo ese mal vivir “matándonos los unos a los otros” se superó parcialmente con el Frente Nacional. Pero hubo grupos insurgentes que combatieron al Estado hasta su integración a la vida civil y política. Fueron los casos del M19 y de las Farc. Por otro lado tenemos grupos armados organizados (GAO) dedicados al delito, especialmente a la extorsión y al narcotráfico.

La finalidad de la Asamblea Nacional Constituyente era no promulgar una nueva Constitución sino reformar la vigente siempre manteniendo el régimen democrático del país. Pero la Constituyente se declaró soberana y expidió la Constitución de 1991. Todos creíamos que era un nuevo país, pero la realidad es otra. Nos han gobernado personas que no han entendido que la democracia es concertación, acuerdos y respeto por las minorías y por la oposición. El otro problema es que algunos de los elegidos han hecho sus estudios en el exterior, y han vivido allá, pero desconocen las realidades nuestras. Toda la jurisprudencia de la Corte Constitucional considerado el máximo organismo de cierre e intérprete de la Carta es retórica. Nuestra justicia es débil y su punto de quiebre es la politización a que fue sometida dándole oportunidad de intervenir en nombramientos muy importantes. Hoy, además, la Procuraduría, la Contraloría, la Fiscalía e incluso el Banco de la República se reconocen como cuotas de partido. El equilibrio de poderes está roto. Falta saber si este Congreso se arrodilla ante el Gobierno y aprueba la reforma tributaria, rechazada por el 82% del pueblo colombiano. Esto último demostraría que la tiranía del poder presidencial se impuso sobre el interés general.

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