DESPERSONALIZAR LA POLITICA

La humanidad ha caminado detrás de sus líderes. Y el liderazgo se ha convertido para nosotros en un mito; si no aparece alguien que nos guíe perdemos el rumbo. El individualismo fue una características de ese tipo de personas, porque en ellos se centraban las decisiones y, por tanto, el poder. Desde los antiguos dictadores griegos y romanos, hasta muy entrada la edad moderna los gobiernos se han caracterizado por las jefaturas únicas, algunos consejeros y Ministros prepotentes. No obstante que Aristóteles reveló una de las características del hombre al afirmar que era “un animal social por naturaleza”, la dogmática de las teorías sociales es contemporánea y, al tiempo nacen los partidos, con ideales comunes y objetivos concretos. El derecho al voto exigió la canalización de todas las voluntades que ahora podían expresarse.

Los partidos nacen dentro de la institucionalidad, por tanto, el primer credo es el respeto a las normas superiores o fundamentales que rigen cada Nación. Solamente los actos que atenten contra el orden establecido por fuera del marco constitucional podrían tenerse como revolucionarios, si pretenden una reforma esencial del legado político. La estabilidad de los partidos genera mayor credibilidad en los votantes que los movimientos de ciudadanos, cuya marca de temporalidad los afecta en la ejecución de ciertos programas, especialmente si estos solo pueden cumplirse en el largo plazo. Los partidos deberían ser ajenos al caudillismo, pues en ellos deben prevalecer reglas democráticas. Lo mismo ocurre en la administración del Estado, donde lo que prevalece y lleva al éxito es el trabajo en equipo. Si los partidos o el gobierno caen en la falacia de los “caciques y déspotas”, en el hombre iluminado, en el irremplazable, vamos hacia el fracaso absoluto.

Los programas, entonces, son la solución para los males de cualquier sociedad y así como se sigue una carta constitucional se debe hacer cumplir un programa, cualquiera sea el aspirante que lo ofrezca, cualquiera sea su ideología. Estigmatizar a una persona por lo que piensa o por lo que ha sido, no corresponde con los cánones de la democracia que no discrimina por sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica. Atacar por estas razones o infundir miedo por las mismas causas es antidemocrático. Para acabar con tales conductas están las autoridades legalmente establecidas que debe actuar con severidad contra todo aquel que directa o indirectamente socave la base democrática de una sociedad. Partidos y gobernantes, entonces, deben proteger la vida, la salud, la educación y el trabajo de cualquier sociedad. Además proteger a las madres y a los niños y darles amparo a todos en la vejez.

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