Ser historiador o constitucionalista en los tiempos modernos, cuando las tecnologías de la información causaron una gran revolución en los comportamientos y en el conocimiento, resulta irrelevante. Hoy todo es relativo y depende de quien lo cuente. Por eso escribo sobre los temas del título respetando la indeterminación de las materias tratadas. El Estado es una ficción, al principio de los tiempos, los grupos de humanos formados por diferentes familias constituyeron pequeños reinos, luego grandes imperios y hoy tenemos países con regímenes divergentes. Creado el Estado en fecha indeterminada sobrevinieron los gobiernos, con fines específicos, especialmente para garantizar la seguridad. Pero ese fundamento social se cambió por el expansivo deseo territorial de los gobernantes, sobre el postulado de que el que más tierra tiene es más poderoso. Así, unos gobiernos agrandaron sus territorios a base de guerras, porque no tenían salida al mar o porque los territorios de otros eran más fértiles. En fin la causa es lo de menos, pues al final unos lograron su objetivo y otros no.
Pero Estado y Gobierno tenían un propósito esencial que era cuidar a las personas establecidas dentro de su territorio, es decir, respetar sus derechos. Y no ocurrió de esa manera. Por el contrario la tradición demuestra que solamente a base de levantamientos del pueblo éste logró recuperar los derechos perdidos. Para ello pueden verse tres ejemplos relevantes: la revolución inglesa, la revolución americana y la revolución francesa. Hay muchos más, pero estos son dogmas de la libertad y, obvio, del derecho constitucional. Los gobiernos en muchos rincones del planeta se volvieron tiránicos y avaros en derechos. El gobierno mediante reglas jurídicas consolidó su poder y lo ha mantenido por milenios, tanto que a su favor se creó el principio de legalidad alrededor del cual todo lo que hace es bueno, hasta violar los derechos de los ciudadanos, mientras no se demuestre lo contrario mediante sentencia judicial.
¿Qué ha fallado, entonces? Pues la naturaleza humana. Porque mientras los Estados y los gobiernos se instituyeron para proteger la vida, honra y bienes y garantizar los derechos y libertades de las personas, los integrantes de los gobiernos, en todos los niveles, se creen amos y no servidores públicos. Para ellos el pueblo existe solamente para pagar impuestos. Para muchos cristianos desde los tiempos en que a Nabot se le quitó su viña con mentiras, por parte de Acab rey de Samaria, los gobernantes son aves de rapiña y no servidores de la comunidad. Y allí empieza el problema, creyendo que los demás son una posesión del Estado, sus súbditos, y no la fuente de la cual emana el poder público toda vez que “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo”. Ahora bien, Si el pueblo quiere reformar la Constitución para ganar más derechos y libertades, no lo puede hacer, porque en Colombia toda reforma debe pasar por el Congreso, que representa intereses económicos muy poderosos y, además, que trabaja de consuno con el Presidente de turno. ¿Quién podrá sacarnos de este pozo en el que nos han metido nuestra Constitución y nuestras leyes? Necesitamos un cambio institucional profundo que ponga los derechos humanos por encima de los gobiernos y del propio Estado.
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