EL DERECHO OPRESOR

Las reglas del derecho antiguo surgen como reacción a la barbarie. Hoy debería ser igual, pues las normas son cimiento de la protección de la vida y de las libertades fundamentales. Fustel de Coulanges dice en su libro “La ciudad antigua” que “el derecho primitivo no es obra de un legislador, al contrario, se ha impuesto al legislador. Es en la familia donde ha encontrado su origen…” Y, si es así, la familia surge como organismo de las futuras sociedades para dar abrigo y refugio a sus integrantes. En efecto, las primeras reglas contenidas en leyes no escritas rápidamente se consolidaron sobre principios como “la vida de tu mujer y de tu hijo no te pertenecen, como tampoco su libertad…” De allí que en el texto de las tragedias griegas encontremos manifestaciones como “los dioses no han impuesto leyes a los hombres y yo no puedo creer que las leyes del hombre fueran de tal calidad que yo por ellas dejara de cumplir otras leyes, que aunque no escritas, están fijas siempre, son inmutables, divinas. No son leyes de hoy no son leyes de ayer…son leyes eternas y nadie sabe cuándo comenzaron a regir.” Por ello no pueden pisotearse esas leyes venerables ante la caprichosa voluntad de un hombre, sea el que sea.

Bertrand Russell escribió: “procederemos partiendo de la suposición de que la libertad es la finalidad suprema de un buen sistema social; pero la envidia y el deseo de obtener el poder hacen que la humanidad, en general, encuentre gran placer en intervenir en las vidas de los demás.” De allí que el derecho represivo hoy en día se haya convertido en el soporte de los Estados. Los gobiernos y las sociedades autoritarias politizadas tienden a considerar un gran número de conductas humanas como actos delictivos. Lo que ocurre en estos casos es que como el pueblo no reconoce la norma jurídica como un beneficio social, es decir, que favorece a todos por igual, la desconoce y la desobedece. Si no se dan parámetros claros entre el gobierno y el pueblo, no hay posibilidad de que el Estado en cuestión funcione bien. La única manera de que el Estado no se desintegre es a través de normas jurídicas justas, que el pueblo respete y acate sin discusión. Muchos afirman que lo que Durkheim llama conciencia colectiva es la representación de intereses individuales en un conjunto de beneficios sociales.

Uno de los problemas de los Estados modernos es que dejaron de representar intereses colectivos para hacerlo en favor de los grupos de poder. Las normas reflejan ese sentimiento de dominio, exclusión, superioridad, despotismo, servidumbre. Los jóvenes, que poco conocen de historia, se rebelan contra esas instituciones poderosas que dejan poco a la libertad y a la autodeterminación intelectual. Y el gobierno para demostrarles su poder los subyuga con sanciones contravencionales o penas de prisión. Y cuando quiere, los enfrenta con violencia. Ese tipo de Estado tiene que desaparecer y concentrarse en la protección y avance de los derechos individuales y sociales, en lo cultural y económico. La violencia estatal solamente deja damnificados, tanto del gobierno como de la sociedad civil. Por eso requerimos de manera urgente juristas que entiendan los cambios del mundo moderno hacia sociedades de paz y no de conflicto o lucha permanente.

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