La respuesta parece ser simple: porque este es un régimen presidencialista, y no hay otro servidor público que tenga tantas funciones en la constitución y en las leyes como él. Si quiere quitarse todos los estigmas de encima tiene que cambiar, primero, el texto del artículo 189 de la carta que le otorga facultades de sátrapa y, segundo, el artículo 198 que expresa, sin atenuantes que “El Presidente de la República, o quien haga sus veces, será responsable de sus actos u omisiones que violen la Constitución o las leyes.” Hay muchas formas de violar la ley dando la apariencia de que se está cumpliendo con la misma: el abuso de poder, la desviación de poder, el fraude a la ley, etc.
Por eso el Presidente recibe críticas cuando en la fuerza pública hay corrupción o masacres, y también cuando se cuestionan los “falsos positivos”, porque él dirige la fuerza pública y es el comandante supremo de las fuerzas armadas de la República. Con razón las personas apuntan contra el mandatario que, entre otras atribuciones, actúa como jefe de Estado, jefe de gobierno y suprema autoridad administrativa. No hay, entonces, forma de sacar en limpio al Presidente, por el cúmulo de responsabilidades que se le han otorgado. Por eso se complica exigir al pueblo que recuerde también las cosas buenas que hace, porque en las encuestas de opinión los porcentajes más altos en los mandatos generalmente son las negativas. Si se pregunta a los ciudadanos si el país va bien, el dato es regular o malo.
Si aumenta la burocracia ineficiente, también el Presidente debe responderle al pueblo porque él nombra los Ministros, presidentes, directores y gerentes de los altos cargos del gobierno, salvo contadas excepciones. Además, crea fusiona o suprime empleos, conforme a la ley. Si el Congreso desea afectar el presupuesto, requiere consentimiento del gobierno. De allí que todo lo que ocurra en materia de gasto público, el presidente debe estar enterado.
Si los impuestos se desbordan y las personas sienten que su único objetivo en la vida es trabajar para pagar tributos con el fin de sostener un Estado que de poco o nada le sirve, también el presidente debe responder, pues toda iniciativa en esta materia corresponde al gobierno. Por tanto, quien aspira a ser Presidente, o es, o ha sido presidente del país, no puede quejarse de que todo lo malo se lo atribuyan a él, pues la concentración de poder en ese cargo es la causa de todos los males. El gobierno y la administración colombianas están mal diseñados, por eso se requiere una reingeniería a fondo de las instituciones para descentralizar por un lado y desconcentrar por el otro. Lástima que no haya tanto experto en estas materias que cambien a fondo el Frankenstein estatal.
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