El presidente Duque parece que no quiere dejar el poder. Sigue opinando como si sus ideas tuvieran que permanecer en la mira del próximo gobierno. Se le olvida que hay un dicho popular que expresa que “cada alcalde manda su año” y cada presidente su cuatrienio. Por tanto, por mucho que hable el presidente saliente, a partir del 7 de agosto/2022 el nuevo mandatario se llama Gustavo Petro.  No podemos olvidar que el periodo de Duque se caracterizó por la cantidad de sentencias en contra de sus decisiones, acompañadas por el Congreso que se repartió la mermelada oficial. La Corte constitucional profirió la sentencia más contundente al declarar la inexequibilidad de las modificaciones que se hicieron a la ley de garantías, por haber desconocido el equilibrio de poderes y la revisión previa de la propia Corte. Los contratos que no se ejecutaron antes de la sentencia quedaron en el limbo. Los dineros tienen que ser devueltos por los contratistas. Todas esas maniobras ilegales tenían el objetivo de que Petro no ganara la presidencia de Colombia, pero aún con la intervención de esos altos y oscuros poderes el triunfo fue inevitable. Hay que incluir en el empalme qué pasó con esos dineros que se movilizaron desde la Nación hacia las regiones.  

Ya se anuncia que el proyecto de presupuesto presentado por el gobierno Duque al Congreso tiene un recorte de $6 billones, lo que impedirá que algunos programas puedan continuar. Ese saboteo tiene que arreglarse por el gobierno entrante, pues los recursos que se necesitan tienen que buscarse dentro de las mismas apropiaciones que se integraron al presupuesto general de la Nación. Tales modificaciones deben buscar que el programa ganador se cumpla desde el primer día del mandato. Los demás recursos vendrán de la nueva reforma tributaria que nivelará las cargas entre las empresas y los grandes contribuyentes que deberán aportar la mayor cantidad de ingresos para atender las necesidades de las personas más vulnerables.  

Es cierto que la votación general tuvo una diferencia de 3.5% de los votos, pero eso no le quita méritos al gran triunfo del Pacto Histórico, cuya esencia es abrir la puerta para que todos los excluidos se integren a un proyecto innovador y progresista. Eso incluye a los abstencionistas y a quienes votaron en blanco o lo hicieron por el candidato perdedor. La sabiduría del nuevo gobernante y su equipo está en trabajar sin prisa, pero sin pausa, para atender las graves falencias del sistema democrático, porque las decisiones de los detentadores del poder iban orientadas al aumento de la riqueza y no a la protección de los derechos fundamentales, de contenido social, económico, cultural y ambiental. Llegó la hora de salir de la patria boba para emprender un camino de desarrollo y solidaridad.